Un efecto
tóxico directo del humo del tabaco es la disminución de la hidratación del
estrato córneo de la cara de los fumadores, lo que favorece los cambios físicos
que presenta la piel de esta región, como el mayor desarrollo de arrugas
faciales.
El humo del tabaco genera una gran cantidad de radicales libres, lo que
condiciona el surgimiento de enfermedades, el envejecimiento prematuro de la
piel y la destrucción de los tejidos cutáneos del rostro.
La nicotina provoca una disminución de la circulación
periférica.
La disminución de la circulación capilar, provoca una piel grisácea y apagada.
Los depósitos de nicotina y alquitranes en la superficie de la piel dilatan los
poros. Y la congestión de los senos nasales con rinitis crónica que produce el
humo trae como consecuencia hinchazón de los párpados.
La piel cuando está sana dispone de medios particularmente eficaces de
protección y de defensa contra los agentes externos. La respiración celular
constituye uno de los principales sistemas destoxificantes naturales de la piel
ya que permite a la célula eliminar toxinas y radicales libres.
Sin embargo los procesos naturales si somos fumadores no son lo suficientemente
eficaces como para formar una barrera epidérmica que proteja nuestra piel y si
a esto le agregamos el estrés exterior saturamos los sistemas defensivos y nos
encontramos ante una piel con deshidratación, fotoagresión, sequedad, grietas,
coloración grisacea y con envejecimiento de los tejidos.
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